La espera se hizo larga, pero aquel 3 de diciembre finalmente llegó. Las entradas del Teatro Caupolicán tenían largas filas, incluso ya cuando se acercaba la hora de comienzo. Se acumulaban latas de cerveza en el suelo, uno que otro revendedor se paseaba por ahí, era una tarde normal de concierto a las afueras del recinto de San Diego, pero no por dentro.
Ya eran varios miles los que estaban esperando al cuarteto en el interior. La cancha súper llena, como pocas veces para artistas nacionales, gritaba de todo para pasar el tiempo. El nombre «Héctor» ya se repetía en las bocas de las personas que seguían llegando hasta por sobre la hora al recinto. Además, era un horario especial: 19:30. Todo iba súper bien.
El escenario mayormente negro tenía algunos elementos de decoración que no pasaban desapercibidos. A la izquierda una lápida que dice «fuimos buenos» y a la derecha un ataúd, pero de muerte no había nada de nada. Llegada la hora, este último se abrió y dio paso a los cuatro integrantes, todavía algo tímidos ante una ovación que dejaba ver que fueron años de espera. Y no cualquiera, una de las peores: la espera de algo que no se sabe si va a ocurrir.
Con «Fueron» y «Nunca se apaga» ya quedó claro lo que pasaría: un grupo de amigos que le da vida a canciones que nunca debieron callar y la consecuente respuesta de un público que creció con aquellos temas. Y, bueno, que pasó cerca de una década con las ganas de querer escucharlos nuevamente.
Casi como ritual, la banda se reúne cerca de la batería para dar comienzo a cada canción. Tres de los cuatro músicos han seguido participando de la vida musical nacional sin grandes pausas, en especial Cristóbal Briceño con sus numerosos proyectos paralelos. El que se sumó para este espectáculo fue Héctor Muñoz, la gran novedad y quizá el gran ingrediente de la jornada.
Más allá del correcto desempeño de Simón Sánchez y Martín del Real, las miradas y gritos iban dedicados casi en su totalidad al vocalista y al guitarrista principal. La complicidad entre los dos también era notoria, jugando constantemente sobre el escenario con sus instrumentos. Cuando no era así, Muñoz se acercaba al público durante sus solos. ¡Qué forma de ser querido por el público! Y él, en su calidad de rockstar, también lo agradecía de vuelta.
El show avanzaba rápido y aparecían canciones como «Ola de terror» o «Rondizzoni» que ponían a prueba a todos los fanáticos que llegaron al Caupolicán a este reencuentro. Desde lo alto se veía al público de cancha moverse de un lado a otro, con una energía propia de hace una década. Y se sentía como tal. Fue un volver al pasado, sentir que la separación de los Fother Muckers fue una broma más y este era otro show más de los que hacían normalmente. Las canciones seguían frescas, tanto en sonido como también en las cabezas de las personas presentes. Nada había cambiado.
De todas formas, no fue solo una reunión para tocar temas antiguos, cobrar e irse. El alma de la banda seguía presente, con varios juegos e improvisaciones, como con una mezcla extraña después de «Justo y necesario» que contó tanto con «Tren al sur» como con «Que calor». Y el público seguía todo, siempre en un ambiente de buena onda.
El paso de «Granpuente» a «2022» y «Explorador» ya terminó de encantar hasta al último ser humano allí presente. Canciones con más de dos décadas de vida que se escuchaban igual que si fueran los hits actuales de la radio. Ese es el poder que tuvo la reunión del trío con Muñoz, la pieza que le entrega dramatismo y rock en las dosis necesarias para que también se puedan lucir en sus respectivas áreas.
El trío de canciones que le siguió también fue demoledor: «Fuerza y fortuna», «Los Ases Falsos» y «Patio de comidas». Briceño seguía en lo suyo, muy relajado, a ratos casi ajeno del descontrol que a pocos metros de él, en plena cancha del Caupolicán, se generaba. Por su parte, el más aplaudido del cuarteto se movía con gestos que parecían sacados de los años dorados de The Who y sonidos que hasta hacían recordar lo estridente de Jonny Greenwood. Héctor lo pasó bien, no hay duda de eso.
Tras una breve despedida, volvieron al escenario a dar varios regalos. El primero fue «Aunque todo salió mal», uno de los clásicos que se escuchó con más fuerza. El segundo fue una que pedían desde los primeros minutos de show: «Héctor», homenaje al guitarrista que logra que los Fother Muckers sean los Fother Muckers. Y, finalmente, «La culebra se mata por la cabeza».
Pasando de un «que vivan los Fother Muckers» a un «muerte a los Fother Muckers», resumieron lo que fue el show. Sus canciones no suenan añejas ni nada, al contrario. Fue música que rejuveneció a todos, tanto sobre como debajo del escenario, un show que podría haber ocurrido en una calurosa tarde a finales del 2011 sin problemas. Los hizo saltar, gritar, cantar e incluso emocionarse a ratos. Fue todo lo que se podía pedir de un regreso así, e incluso todavía más.
¿Y la muerte? Fue dejar los instrumentos y desaparecer por el mismo ataúd por el cual llegaron. Ya no sabemos si esas canciones, esa formación y esas letras volverán a aparecer en vivo y en directo. El Caupolicán se agotó, mucha gente no pudo viajar de regiones y otra simplemente amaría repetirse el plato, pero el tiempo pasa y los proyectos avanzan. El mismo Briceño y Muñoz ya han seguido compartiendo escenarios con Las Chaquetas Amarillas en los últimos años. ¿Qué pasará en el futuro? Imposible decirlo, pero al menos algo está claro: la música de los Fother Muckers está igual de viva que siempre.
Fother Muckers
Fecha: 03-12-2022
Lugar: Teatro Caupolicán
Productora:
Fotógrafo: Vanessa Silva
Periodista:
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