El regreso de Slowdive a Chile era uno de los más esperados desde aquel debut en el Espacio Riesco, como parte de un Fauna Otoño. Ahora era en solitario, en pleno centro de Santiago, pero con un público que agotó todas las entradas disponibles para repletar el Teatro Coliseo. La noche prometía.
Otro quinteto fue el que abrió la jornada: Inverness. Con una propuesta que incluye dos bateristas y un sonido que recorre el shoegaze, post-rock y otros mundos con gran soltura, fue una buena carta para calentar los ánimos antes de la llegada de los ingleses. Apenas terminó su show, bastante contundente en el tiempo dado, se levantaron algunas inquietudes respecto a lo que vendría.
Fueron varios los posteos de Rachel Goswell a través de sus redes sociales los que levantaron las alertas. Durante los días previos, cuando ya visitaba otros países de la región, había avisado que no estaba bien de salud y que su voz era de lo más afectado. El día del show no hubo una publicación de aquel tipo, pero a pocos minutos que salieran a escena alguien lo confirmó: Ella no podría cantar, pero sí tocar durante el show.
¿Cómo enfrentar la ausencia de una de las voces más icónicas del shoegaze? Si bien su presencia ya marca una diferencia por la atmósfera que ayuda a crear, el no contar con su interpretación hacía que toda la parte vocal recayera en Neil Halstead, ubicado a la derecha del escenario y siempre con una guitarra en sus manos.
El inicio ya daba luces de cómo se vendrían las cosas. De su último disco everything is alive, lanzado recién este año, se desprende la canción «shanty». Esta, que también abre el álbum, cuenta con la voz de Goswell y Halstead, pero ahora solo escuchamos al segundo. A la distancia se podía ver la poca costumbre de la cantante de no poder prestar su voz, algo inquieta, pero sin emitir sonido alguno desde su boca.
A pesar de aquello, el público se deshizo en gritos y saludos hacia Goswell. Incluso la instrucción de no fumar en el recinto se respetó más que en otras oportunidades, todo para hacer más cómoda la participación de la inglesa que ya arrastra aquellos problemas de salud por un par de semanas.
Sin pausas llegó «Star Roving», una canción del álbum homónimo (2017) que ha mejorado mucho con el paso de los años. Ahí ya se veía un público entregado, pero que disfrutaba en la cercanía de la reja de la música de Slowdive de una forma mucho más eufórica de lo que los inicios del género recuerdan. Y eso está genial: tener un proyecto con tantas décadas de vida claramente unirá a varias generaciones, cada una con su propia forma de sentir la música.
Desde allí, la presencia algo ausente de la vocalista pasó a un segundo plano. «Slowdive», del mismo disco, fue seguida por la primera de las clásicas: «Catch the Breeze». Ya con distintos juegos de luces, lo espacial se tomó el Teatro Coliseo con un clásico del movimiento: «Souvlaki Space Station». Las guitarras con distorción, tanto de Halstead como del talentoso Christian Savill, daban con las notas correctas para traer a la vida una canción que emblemática.
Al centro de todo se concentraban los sonidos más profundos. Al frente un correctísimo Nick Chaplin en las cuatro cuerdas, mientras que Simon Scott se encargaba de todas las diferentes texturas de la batería. Este último trabajo importante y delicado, para no borrar los delicados detalles de las guitarras de Halstead.
Ya con cerca de una hora sobre el escenario, llegó una dupla de canciones que dejó todo en un punto altísimo: los clásicos «Alison» y «When the Sun Hits». Este último, con luces simulando ser rayos de sol, mezcló de una forma perfecta la tranquilidad en la voz del obligado solista único con el caos que se formó en algunos sectores de la cancha. Si bien las voces del público acompañaron en gran parte del show, aquí alcanzó otro estado.
Apenas se perdieron de vista, el público ahogó el recinto con gritos. «Otra, otra, otra» era una de las cosas que se podía escuchar, también en medio de la sorpresa por la salida tras solo una hora de show. Entendible, considerando que era un set como para presentar en festivales, pero igual volvieron. «Slomo» abrió este encore, pero lo mejor vendría después con otro dúo de canciones.
La siempre íntima «Dagger» fue uno de los momentos de mayor conexión entre la banda y el público, todo para ser sellado con las distorcionadas guitarras de «40 Days» como un resumen de lo que fue la jornada, un clásico del shoegaze de un disco importantísimo para el movimiento como lo es Souvlaki (1993). Una canción con treinta años de vida fue la que cerró una noche que fácilmente podría ser catalogada de mágica, donde la ausencia de la voz de Rachel Goswell solo quedará en la anécdota. Lo que logra Slowdive con su público va más allá de cualquier palabra que se pueda decir.
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