Segunda noche de King Crimson en Chile: Cómo seguir después de esto


King Crimson

Fecha: 13 de octubre
Lugar: Movistar Arena
Productora: The FanLab
Fotógrafo:   
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Periodista: Samuel Fuentes   @sin__titulo.jpg

Es difícil repetir el éxito de una primera noche en menos de 24 horas. No cualquiera se aventura en cambiar partes del setlist de una jornada para la otra, especialmente si el inicial fue catalogado por varios de increíble. Lo de King Crimson, con su segundo lleno total, es para anotarlo en los libros de historia musical del país.

¿Por qué? Los factores son demasiados, pero sobresale un par: cincuenta años de trayectoria no es algo a lo que un músico pueda aspirar, sino una meta que llega por sí sola. Con trabajo, talento y ese algo más que pocos tienen, una obra se mantiene medio siglo por cuenta propia. Otro es el tiempo de espera. Desde adolescentes hasta otros más veteranos en el mundo de los conciertos, todos pudieron presenciar por igual el debut de una de las bandas más trascendentales de la música contemporánea.

Al escuchar las baterías de Stacey, Mastelotto y Harrison, se podían identificar elementos que vendrían en las décadas siguientes, en innumerables formas. Desde Slayer hasta Radiohead, la influencia generada por las canciones de King Crimson. A eso se suma la sola presencia de Robert Fripp, el único fundador restante, algo que de por sí ya es histórico.

Jakszyk, al centro del escenario, lució a ratos una guitarra con la portada de In the Court of the Crimson King, emblemático disco de la banda que tuvo que batallar contra los estándares de los medios tradicionales. Así como no cualquiera podría subirse a un escenario a interpretar estas canciones, no cualquier medio se habría atrevido a poner un track de más de seis minutos, presentando música de vanguardia.

Del setlist no hay mucho que decir. Dentro de un mar de clásicos a su haber, eligieron algunos de los que traspasaron generaciones -como el track que da nombre al disco que llega a su quincuagésimo año de vida- y otras «menos» conocidas. Era lo necesario para repasar esa historia tan rica en sonidos, en capas, con la posibilidad de disfrutar una por una o el producto total, el que muchas veces sobreestimulaba los oídos.

Las tres baterías ayudaban en eso, especialmente gracias al conocimiento de sus tres músicos. Sin mirarse, sabían cada movimiento que vendría en sus colegas. A ratos parecían competir, pero en la mayoría del tiempo eran extensiones unos de otros. La complejidad de la parte de percusión debe ser uno de sus mayores legados, logrando generar momentos de calma y explosiones sonoras que retumbaban hasta el último rincón del Movistar Arena.

El público vivió un sueño. Segundo lleno total ante unos monstruos de la música, a la merced de lo que nos quisieran mostrar. Ahí, bajo el escenario y sin la presencia de cámaras y telefónos, el resto solo podía admirar. No hubo grandes coros, tampoco grandes contactos entre King Crimson y la audiencia, pero fue de esos shows donde no había necesidad. No íbamos a ver cómo Tony Levin jugaba con el público, sino a contemplar la maestría de sus manos con las cuerdas. Con eso en mente, imposible no quedar satisfecho.

Tal como un amigo me comentó un par de horas antes del show, hay un antes y un después de King Crimson en vivo. La música se siente diferente tras recibir, de frente y sin pausas, canciones en donde aparece todo el potencial de los instrumentos que la generan. Un viaje de ida y vuelta a diversos mundos, sin necesidad de grandes juegos de luces ni gráficas en las pantallas. Solo bastó siete músicos y un telón oscuro para darnos lo que necesitábamos.

Foto: Andrés Rodolfo


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