Por Vicente Flores
¿Quién dice que no se puede esperar un concierto de metal con clásicos ochenteros, como “I Want to Know What Love Is” de Foreigner o “Careless Whisper” de George Michael? Ante un Teatro Caupolicán repleto, Meshuggah nuevamente arrasó con todo a su alrededor. El preludio romántico que eligió el grupo sueco fue idóneo. Miles de metaleros nacionales coreaban los versos icónicos de temas que han traspasado generaciones, para finalmente, a las nueve de la noche, entregarse por completos a la locura colectiva.
Única. No hay mejor palabra para describir la sensación que se percibe luego de salir de un show de Meshuggah. Y es que excelentes bandas de metal hay muchas, y las seguirán habiendo, pero los nórdicos nos han malacostumbrado. Ya en 2019, con sus dos conciertos en el Teatro Coliseo, hicieron temblar el suelo santiaguino. Ahora, en un recinto histórico, ratificaron su lazo inquebrantable con Chile.
Una cancha sobrepoblada fue prueba de ello. Decenas de fanáticos se pasaban de platea al sector principal, porque este ya había sido vendido en su totalidad. Uno tras otro, gritaban eufóricamente, como si de haber ganado un trofeo se tratase la odisea lograda. Pero no, era para ver aún más de cerca al quinteto europeo. Y esa prohibida acción, debe haber valido cada segundo de titubeo, porque durante una hora y veinte minutos, Meshuggah demostró porqué son de las mejores bandas de metal de la actualidad.
La sonoridad tenebrosa de “Broken Cog” paralizó a todos los presentes. Apenas comenzó a sonar la melodía, clásica de los suecos, nadie más se movió de su lugar. Los vikingos habían llegado, y partieron con lo mejor que tenían. Luego, “Rational Gaze” fue la obra encargada de desatar el caos que, por varios años, se estaba reprimiendo en los fans del sonido extremo. No paró más el mosh. Más salvaje por algunos momentos, pero la brutalidad de los invitados europeos mantuvo en vilo durante todo el show a los fans.
Con una polera negra que decía “Chile” en letras blancas, Jens Kidman, el frontman de los “dementes” (traducción al español de su nombre), agradeció a sus espectadores en más de una ocasión. De pocas palabras, el vocalista se mostró agradecido hacia sus fans nacionales, al igual que el resto de la banda. Se notó que gozaron del público local, porque pese a decir pocas frases, sus extasiadas y profesionales cuerdas lo dijeron todo. Porque en vivo suenan mejor que nunca. Escucharlos en estudio es increíble, pero Meshuggah es de esas bandas que hay que ver a metros de distancia.
La puesta en escena no deja nada a la improvisación. Aunque solo cuentan con algunas luces y carteles con logotipos de su nombre, la música es lo suyo, y en eso son los mejores.
Grandes clásicos como “Born In Dissonance” se entremezclaron con temas de su último álbum, como “Kaleidoscope”. A pesar de que se notaba cuando sonaba un hit de años atrás, las canciones más recientes de los nórdicos fueron, de igual forma, bien recibidas por el público.
Jens Kidman (voz), Fredrik Thordenal guitarrista), Mårten Hagström, (guitarrista), Tomas Haake (baterista) y Dick Lövgren (bajista) nos dejaron ganas de más, porque solo doce temas para una banda que tiene ocho discos de estudio, y casi cuarenta años de trayectoria, es un pecado para quienes fueron a verlos. Aún así, los allí presentes deberían sentirse privilegiados, porque sí, siempre vienen bandas del circuito metalero a Chile. Pero agrupaciones tan virtuosas y excéntricas como Meshuggah, son pocas.
Para el final quedaron dos temas que, como era de esperar, desataron la algarabía más profunda de la noche. “Bleed” y “Demiurge” sonaron como dos cañonazos lanzados en el corazón de Santiago. Pero no, solo se trataba del sonido excelso y diferenciador de los europeos. Uno tras otro, los riffs de Thordenal y Hagtrom eran cuchillos clavados en los estómagos de los asistentes. En tanto, la batería de Haake no bajó la intensidad en ningún momento, como una ametralladora que solo recarga por instantes, pero que no bajó la guardia en toda la noche.
Tema aparte es el gutural de Kidman, quien alzaba las manos y le pedía al público que lo siguieran al mismo ritmo, a medida que los mosh exigían que el show no se detuviera jamás.
Podrá haber sido poco tiempo, porque canciones le sobran a Meshuggah. Qué importa, las doce obras elegidas con pinzas sonaron de forma brutal, de modo que la oportunidad de presenciar, en un recinto donde se ve y escucha bien de casi todos lados, a unas de las más grandes bandas del metal extremo, es única. El culto a los vikingos ya aguarda por una próxima visita de los suecos.
Fotos: Mario Miranda Del Rio
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