Fotos: Andie Borie / DG Medios
Una vez más, Santiago fue testigo de la visita de uno de los artistas más importantes del siglo XX. Se cortaron los cinco años de ausencia desde su última presentación, esta vez contando con 40.000 personas reunidas en el Estadio Monumental. El regreso de Paul McCartney a Chile tenía todo para convertirse en uno de los grandes espectáculos del año.
La impaciencia creció minuto a minuto tras la presentación de Dënver, dúo nacional que entretuvo a quienes llegaron temprano a asegurar su puesto en el recinto de Macul. A una hora del comienzo, todas las ubicaciones ya estaban a más de un 70% de su capacidad. Nadie quería llegar tarde, quedar desacomodado o perderse un minuto del show.
Para acompañar esta espera, las pantallas laterales mostraron un video con la evolución del scouser a lo largo de su trayectoria. Desde imágenes en blanco y negro junto a los Fab Four hasta la era de Wings y su posterior carrera solista: cada época pasó acompañada de fotos, colores, formas y canciones que funcionaron como adelanto de lo que se vendría.
Al final de este video aparecía un bajo, uno de los clásicos instrumentos de McCartney y el mismo que tendría colgado en su cuello al comenzar el espectáculo, aparición que llegó con su clásico puño al cielo. No demoró ni un minuto sobre la tarima para que los gritos aparecieran desde todos lados. Se podían escuchar voces femeninas y masculinas de casi todas las edades, cada una mostrando a su manera el cariño existente por McCartney, tanto en su persona como por su obra.
«Can’t Buy Me Love» fue la elegida para abrir, sin tener que hacer mucho esfuerzo para que los miles presentes lo acompañaran en la voz. En aquel momento ya se acaban las especulaciones, con varios incluso revisando internet para ver qué era lo que se podía esperar de la noche y salir de las dudas. Otros, con voluntaria ignorancia, esperaban cada una para recibir la sorpresa de cuál obra del inglés aparecería por los parlantes.
Algo que rápidamente se notó fue el volumen que salía de la amplificación, bajo para lo que se podía esperar de un escenario de aquel tamaño. Probablemente las limitaciones del recinto llevaron a tomar aquella decisión, sacrificando el volumen por la claridad en el sonido, equilibrio que se consiguió y que permitió poder disfrutar cada instrumento con nitidez.
Pero eso último fue solo un detalle, lo importante se concentró en la figura de McCartney. Tras esta canción, uno de los emblemas de la locura provocada por los de Liverpool en sus inicios, llegó algo de Wings con «Junior’s Farm» y «Letting Go». El cambio del público ante estas fue notorio, ya que no tenían el impacto que una de los Beatles, pero fue una señal de lo que propondría la noche: un repaso por la carrera del músico, una amplia y que no está solamente encasillada en el cuarteto.
Este es un punto importante a considerar: innegablemente, los Beatles son una de las bandas más importantes de la historia de la música popular. En pocos años lograron cambiar la forma de crear música, pero sigue abarcando solo una década dentro de las más de seis que McCartney ya tiene sobre sus hombros.
«Hola chiquillos y chiquillas de Santiago», partió en un más que correcto español. Incluso metiendo uno que otro modismo, el británico siguió afianzando su relación con el público, pequeños gestos que convierten en únicos cada uno de sus espectáculos de la mano de un carisma pulido por años y años de trabajo sobre el escenario.
Así mismo entregó dos más de los Beatles: «Drive My Car» y «Got to Get You into My Life», sacadas del Rubber Soul y Revolver respectivamente. La siguiente nos trasladaría varias décadas más adelante, con «Come On To Me» que fácilmente podría tener a un Jack White en la voz. Ya con algunos años desde su salida en el 2018, igual sirve como recordatorio del talento de McCartney de crear canciones de buena factura que no desentonan frente a otras contemporáneas. De la misma forma, él también se da el lujo de homenajear a quién quiera, mostrándonos un poco de la icónica “Foxy Lady” de Jimi Hendrix.
Con la música ya en marcha, llega la realización de que estamos frente a un cantautor de 82 años, pero no se nota más allá de lo obvio. Y es que McCartney no toma descansos entre canción y canción, algo que otros mucho más jóvenes que él deben hacer regularmente para no sucumbir ante el ritmo de un show de 90 minutos. Pasa rápidamente de bajo a guitarra, de ahí a un mandolín, guitarra acústica, piano y más. Es como si su voz no fuera suficiente para poder desplegar todo el arte que tiene dentro de su cabeza, usando cada instrumento como una extensión más.
Sí, es verdad que su voz ahora necesita más apoyo que antes. También es verdad que con la guitarra acústica en sus manos hubo algunas mínimas imperfecciones. ¿Importó? Nada. Junto a su banda, que lo acompaña hace ya 20 años, McCartney se puede dar el lujo de mostrar sus obras sin apuntar a la perfección, totalmente consciente de que lo desplegado tiene un componente emocional que no requiere de una interpretación tan pulcra.
Del guitarreo de «Getting Better» al piano para «Let ‘Em In» y «My Valentine», McCartney no lograba quedarse en un solo lugar dentro del escenario. Con Rusty Anderson a su derecha y Brian Ray a su derecha, el inglés encontraba el terreno perfecto para poder hacer lo que quisiera, con la seguridad de tener un equipo atrás que lo respaldaría en el caso de ser necesario.
Dentro de esa misma arqueología musical, McCartney presenta «In Spite of All the Danger» como la primera canción grabada por los Beatles, una pequeña muestra de historia por parte de uno de sus protagonistas. En la misma senda, nos entrega el clásico «Love Me Do» para luego quedar solo al centro del escenario para uno de los momentos más emotivos de la noche con su interpretación en solitario de «Blackbird». La dedicatoria a John Lennon en «Here Today» mantuvo esa emotividad tan hermosa que se logra en la música en vivo, quien volvió a aparecer en las pantallas gigantes gracias a las tecnologías actuales en la que quizá es la mayor novedad dentro del setlist: «Now and Then», la llamada última canción de los Beatles que fue acompañada por imágenes generadas artificialmente del ya nombrado Lennon y Harrison en compañía de McCartney y Starr.
Este repaso continuó con «New» y «Lady Madonna», donde incluso pudimos ver una imagen de la activista Greta Thunberg. De estas nuevamente viajamos en el tiempo para «Being For the Benefit of Mr. Kite!», un pequeño homenaje a Harrison con «Something» y otro clásico como «Ob-La-Di, Ob-La-Da». Cada disco de su carrera tenía un representante en la noche, un repaso largo que también incluyó las potentes «Band on the Run» y «Get Back» en lo que terminaría siendo el cierre de esta primera parte del show.
El trío que cerró esta parte fue espectacular: las miles de luces del público para «Let It Be», la incontrolable energía de «Live and Let Die» junto a fuegos artificiales y la emoción de «Hey Jude». Cada una fue dejando un sabor duradero, incluso cuando la otra ya estaba en marcha, algo que solo alimentó el hambre por más música que generó la salida de McCartney del escenario.
No demoró ni tres minutos en volver. Sin dudas, el inglés tenía tan en claro la importancia del tiempo como los fanáticos que solo querían escuchar la mayor cantidad de canciones posibles. Allí, apareció con una bandera de Chile ondeando en sus manos para luego cantar «I’ve Got a Feeling» en una especie de dueto póstumo junto a un video de Lennon.
Esta sería solo la primera de los Fab Four en llegar a este tramo final. La dedicatoria de «Birthday» para quienes estuvieran de cumpleaños fue seguida por la mezcla de «Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (Reprise)» con «Helter Skelter» en lo que sería otro de los grandes momentos rockeros de la noche.
Allí, con el público todavía exigiendo más, aparecen las últimas: «Golden Slumbers», «Carry That Weight» y «The End» fueron las elegidas para el medley final, una selección de la mejor parte de cada una de esas creaciones para poner broche de oro a un show que ya superaba por largo las dos horas de duración. Dos horas que pasaron rápidamente, contando sobre 30 canciones en una noche fría, pero acogedora.
Fuimos cerca de 40.000 personas en el Estadio Monumental, pero McCartney logra ese grado de intimidad que hace sentir que cada canción fuese dedicada solo a uno de nosotros. Su despedida con un “hasta luego” solo deja la puerta abierta a una nueva (y quizá última) visita al país. Canciones para repasar tiene por montones, podría tocar en noches seguidas sin repetir ni una, pero esto va más allá: una muestra de la importancia que tuvo, tiene y seguirá teniendo para la música popular.
Paul McCartney deja Chile con un público deseando más, como siempre. Su paso por el Estadio Monumental lo deja en lo alto dentro de las mejores presentaciones del año, algo que consiguió con esa mezcla de historia, energía, talento y carisma que no se ve todos los días. Queda la ilusión de poder verlo una última vez, alimentada por ese “hasta luego” en un momento que muchos esperábamos un “adiós”. Esa esperanza no se pierde.
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