Tool se ha transformado en una de las bandas más importantes en ese espacio que queda entre la mezcla del progresivo con el metal, todo junto a un sonido alternativo propio de esa transición entre finales de los 90 y comienzos de los 2000. Esos sonidos se acoplaron de gran manera a una serie de letras enigmáticas e inquietantes salidas de la mente de su vocalista y líder, Maynard James Keenan.
Desde la aparición de Opiate (1992), donde nos encontramos con lo más crudo de su música en canciones que transitaban entre el metal alternativo y algo de grunge, ya pudimos saborear ese gusto por las estructuras no convencionales del rock. La llegada de Undertow le entregó una nueva capa de agresividad, explorando temas como la alienación social y el lado más oscuro de la psicología.
La misma voz de Keenan es un experimento, pasando desde el spoken word hasta gritos para cubrir cada textura necesaria en sus canciones. Esta fue evolucionando, estirando cada vez más los límites de lo que podía hacer, algo con lo que también juega en sus presentaciones en vivo. Nunca está de más decir que esta no ha sufrido grandes variaciones desde aquellas primeras canciones que se hicieron públicas hace más de 30 años.
Al llegar a Lateralus (2001), nos encontramos con otro de los temas que se traspasarían rápidamente a los fanáticos: los conceptos matemáticos. Allí encontraríamos, por ejemplo, la reconocida secuencia de Fibonacci. A esto se suman las letras muchas veces crípticas e introspectivas para entregarnos clásicos como «Schism», «Parabola» o la misma que da nombre al disco. En casi 80 minutos nos encontramos con composiciones que van desde poco más de 60 segundos hasta más de 11 minutos. Todo es moldeable.
Todo esto fue en paralelo al desarrollo de otro de los caballitos de batalla de Tool: sus videos musicales. Muchos de ellos salieron de la imaginación de Adam Jones, guitarrista de la agrupación que anteriormente había trabajado haciendo efectos especiales en Hollywood. Allí vemos stop-motion y muchos elementos visuales surrealistas, figuras humanoides grotescas e historias que muchas veces hay que ver dos veces para encontrarles el sentido. «Sober» es clásico ejemplo de aquello.
Este espacio a la interpretación es una de las decisiones que deliberadamente tomó Maynard James Keenan, permitiendo que estos espacios de introspección también conectaran con quienes lo escuchaban. Allí se repiten algunos tópicos como el de la alienación, el abuso o la posibilidad de transformación, para bien o mal.
El fenómeno ya se consolidó con 10,000 Days, trabajo del 2006 con el que se tomaron ciertas libertades creativas que los llevaron a expresar emociones en un rango de sonido más amplio. Si bien dividió algunas opiniones entre los fanáticos, muchos llegaron a la conclusión de que era la forma natural de transformar la misma música de Tool. Además, recientemente Keenan había lanzado dos trabajos junto a su proyecto paralelo, A Perfect Circle: Thirteenth Step (2003) y Emotive (2004).
Luego de un arranque totalmente innovador y una etapa de consolidación, ahora Tool vuelve a repasar toda su discografía a pesar de haber lanzado Fear Inoculum en el 2019. Este último, blanco de críticas por su larga duración en tiempos donde lo rápido es más consumido, vuelve a caer en una introspección cada vez más profunda. Y eso a los fanáticos acérrimos igual les gustó.
De la forma que sea, Tool ya se consolidó como uno de los nombres más importantes del rock progresivo de las últimas décadas. Tomando de un lado la música de composición compleja con la potencia de la voz de otros mundos, ya son una de las bandas más importantes del mundo. Ellos serán los encargados de cerrar la edición 2025 de Lollapalooza Chile, fecha que tendrá su show más largo entre todos los festivales de la región. Este, además, será la previa del único show solista que darán en Sudamérica. ¿Afortunados? Completamente.
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