FOTOS | Ezra Collective en Chile: Raíces comunes


El calor no ha dejado de azotar Santiago en las últimas semanas, ya con el panorama de conciertos y festivales bien constituído para los próximos meses. Entre aquellos shows, asomaba el de Ezra Collective, banda británica que se había hecho conocida como uno de los conjuntos británicos de jazz fusión más interesantes de la última década. Pero nos encontramos con algo completamente diferente.

Con el público ya acomodado, incluyendo también una larga fila de personas intentando conseguir un bebestible para atacar la temperatura ya en aumento, primero fue el turno de Newen Afrobeat. Con su fusión de música latinoamericana de raíces africanas, fueron un buen adelanto de lo que acompañaría el resto de la noche: carisma y baile.

Un poco pasadas las 21:30 h., la gente que llenó el Club Chocolate tuvo que girar sus cabezas, ya que el trompetista Ife Ogunjobi y el saxofonista James Mollison aparecieron junto a la mesa de sonido con sus instrumentos para dar comienzo a la fiesta.

Y así, sin mucho preámbulo, comenzó el baile. Esto va justo de la mano con el mensaje que da el quinteto, cuyo último álbum -por el cual lograron venir a Sudamérica- se llama Dance, No One’s Watching, un llamado a disfrutar de la vida y la experiencia del presente sin grandes preocupaciones. Ya en pocos minutos sobre el escenario, esto se traspasó a prácticamente todo el recinto de Barrio Bellavista.

Con la ayuda de una improvisada traductora de nombre Coni (o Cony, Connie, etc), la banda se logró comunicar con gran parte del público. No es como que nadie supiera inglés, pero solo quisieron asegurarse de que todo el mensaje llegara de forma clara a los asistentes, quienes forman gran parte del mismo espectáculo. Es decir, ¿qué es una fiesta bailable si nadie está realmente bailando?

Afortunadamente, tanto para el show como para los asistentes, todo funcionó. A pesar de sentir un calor que dentro del recinto fácilmente debe haber superado los 30º, el show fue avanzando dentro de una sola línea. El paso entre canción y canción servía para comentar con los cercanos lo bueno del espectáculo, con cada uno siendo un gran exponente de su instrumento. Allí iban intercambiando el protagonismo entre el propio Ogunjobi, Mollison y el bajista TJ Koleoso, quienes se repartían en la primera línea del escenario.

Desde el comienzo con «Ego Killah» y «Welcome to my World», la banda derrochó un montón de carisma. Los jugueteos con quienes estaban más cercanos al escenario fue solo uno de los tipos de acercamiento que tuvo Ezra Collective con el público. En algún momento se bajaron a tocar entre el público y en la escalera/galería, sacándonos de la tradición de siempre ver todo hacia arriba en el escenario. Y, además, todo esto mientras la celebración seguía y la música seguía siendo interpretada de excelente forma. No se sacrificó calidad por sobre espectáculo y eso se agradece.

Y es que más allá de esta capacidad de traspasar las ganas de mover los pies, hay un manejo técnico de los instrumentos por sobre al promedio, amén de estudios y el mismo programa juvenil de jazz que los unió en un primer momento. De ese mismo jazz también se rescataban ciertas cosas, muchos ritmos que se llevaron a sus formas más primitivas, coqueteando con aquellos primeros acercamientos a la música moderna que se desarrollaron en Jamaica.

Así a ratos podíamos sentir beats que, por algo de crianza latina, también se sentían cercanos a otros ritmos como los de la Tirana, el reggaetón o la cumbia. Eso además de otros que se cultivaron aquí con bandas como Gondwana o que -por algo generacional- sonaban desde el otro lado de la Cordillera, como Los Fabulosos Cadillacs o Los Pericos. Esa trompeta, sumadas a esa incesante batería, movían ese algo interior que incluso adoptaron las tantas Sonoras que han aparecido en Chile. Son ritmos que no fallan para motivar a la gente.

A veces consumimos la música por el placer, lo que está perfecto, pero no profundizamos en por qué suena como suena. Ese origen en común es el que nutrió una conexión invisible entre la banda y el público. Los primeros desde Inglaterra, donde llegó el reggae y ska para transformarse, con el paso de los años, en cosas como el 2-tone, drum & bass y punk, entre muchas cosas. A nosotros con un camino más «procesado», como las bandas nombradas anteriormente que simplemente adoptamos como parte del cancionero popular.

Pero acá hay un «fusión», lugar donde entra también Joe Armon-Jones, tecladista y productor que recién supera los 30 años, pero que tiene el manejo de un senior. De la mano de teclados que muchas veces jugueteaban con la psicodelia, sirvió de apoyo constante, una base para que todo el resto se pudiese lucir. Este rol, que erróneamente se podría calificar de secundario, también tuvo el tiempo para mostrar todo el talento de la rapidez y certeza de sus dedos. El truco de hacer ver fácil lo que no es fácil.

Entre sus varias intervenciones, el baterista y líder Femi Koleoso aprovechó de contar que venir a Sudamérica era un sueño que tenían hace más de una década, claramente conmovido por la recepción que su obra estaba recibiendo en estas tierras tan lejanas. Más allá de que puedan haber sido palabras de buena crianza, también usadas como intro para «Sao Paulo», la sintonía entre la banda y el público era más que evidente.

Así, tras hora y media de show, la banda comenzó a despedirse con efusivos saludos a la gente que se acercaba, incluso firmando vinilos. A ratos se sintió solo como una canción larga, casi un trance, donde bailar era obligatorio para poder disfrutar de la experiencia completa. La primera vez de Ezra Collective fue un completo éxito, quizá ameritando un espacio más amplio en su primer nivel para una siguiente. Un deleite que nos mostró que detrás del jazz fusión hay mucho más que solo técnica.


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