Si hay algo que ha faltado en lo que va del 2024 es la llegada de bandas que debuten en el país. Después de más de una década siendo parte importante del circuito latinoamericano, los retornos se han tomado la cartelera, pero había una banda que venía prometiendo hace mucho: Turnover.
Tras un frustrado paso pre-pandemia, recién este 2024 pudimos tener a los de Virginia en la Sala Metrónomo.
La apertura estuvo en manos de Estoy Bien, trío nacional que suena con una potencia propia de una banda de muchos más años de trajín. Con un set que se repartió entre sus composiciones más antiguas y aquellas de su álbum debut Apoyo emocional (2023), calzaron a la perfección con lo que necesitaba la noche.
Melodías contundentes con una batería solida y un sonido que hacía pasar desde el indie hasta el rock más pesado, casi sludge. Hay bastante que rescatar de aquella presentación, corta y contundente, que deja la sensación de que hay que mantener los ojos en ellos. Sonar así con tan poco tiempo sobre grandes escenarios no es algo que se vea todos los días.
Ese ambiente de cercanía entre el público y la banda, algo que se da con facilidad en un recinto como el elegido para esta primera vez de los norteamericanos, fue algo que contribuyó mucho a la atmósfera de la noche. Era una tocata con muchos grupos de amigos repartidos por el local, con cervezas y otras cosas, sin empujones ni nada.
Y así, cuando el reloj ya pasaba levemente las 21:30 hrs., salió Austin Getz y compañía al escenario. Un muchacho de pocas palabras, no el más brillante en su ejecución, pero no importaba en lo más mínimo. Lo que hace Turnover va mucho más allá de la complejidad en la composición o de la ejecución en los instrumentos, sino que en emociones que van y venían.
Myself in the Way, su último álbum del 2022, se tomó el inicio del show con «Tears of Change», la homónima y «Ain’t Love Heavy», pero fue solo como una carta de presentación para mostrar aquel trabajo que los ha llevado a las pistas en los últimos años. Tras eso llegó lo que quería el público: «Humming», un clásico corte que sería solo la primera que sonaría del querido álbum Peripheral Vision.
Aquel disco, el segundo en su biblioteca, está a punto de cumplir diez años, pero mantiene una frescura que permite pasar de nostalgia a alegría en breves minutos. De todas formas, no es una alegría explosiva, sino una suave y estable, una que genera familiareidad inmediata y una conexión que incluso traspasa el idioma. Difícil evitar mover la cabeza al ritmo de cada una de ellas.
El resto de la banda solo acompañó a Austin Getz. Sin desentonar en ningún momento, le entregaron la responsabilidad de relacionarse con el público, entregando algunas palabras entre canciones sobre lo genial de la ciudad y el reconocimiento de ser la primera vez tocando aquí. Y es que esa primera vez siempre tiene un sabor diferente, en especial cuando se esperan años.
Así, intercambiando entre su teclado y su guitarra, recorrieron ocho de las once canciones que componen aquel álbum. Un regalo por la espera, todo en un ambiente que incluso permitía que se escucharan claramente las peticiones de canciones del público. No hubo grandes juegos de luces, pantallas que desconcentraran ni nada. Quizá solo algunas personas que sucumbieron ante el alcohol, pero tampoco problemáticas.
Desde la segunda mitad del setlist, marcada por otro clásico como «New Scream», el público se empezó a mover y acercar más al escenario. Ahí empezó a llegar una euforia que fue en aumento con la aparición de «Diazepam» y «Dizzy on the Comedown».
Se acercaba el final del show cuando dijo palabras que alegraron a muchos: interpretarían un par de temas más. Y así fue como el cierre con tres caladas: «Take My Head», «Hello Euphoria» y «Cutting My Fingers Off», las que incluso terminaron con un improvisado slam a metros del escenario.
Este fue uno de esos shows que se pueden catalogar con una simple palabra: bonito. El comportamiento de la gente, el sonido, la selección de canciones y muchas cosas más se conjugaron de una forma que entregaron una muy buena noche, un debut esperado y bien disfrutado, tanto bajo como sobre el escenario. No es necesaria tanta parafernalia para hacer que las emociones den un viaje con tantas vueltas y recuerdos.
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