Colors Night Lights Summer Edition: Relájate y escucha


Colors Night Lights Sumer Edition

Fecha: 24 de enero de 2019
Lugar: Velódromo Estadio Nacional
Productora: Colors
Fotógrafo: Ramón eMe Gómez - Ma. Loreto Plaza   @
Periodista: Samuel Fuentes   @

Esta semana, el verano nos golpeó con todo. Con temperaturas casi siempre sobre los 30°, el aguantar un festival de más de siete horas se podía ver complicado, pero por suerte el resultado fue algo para muchos inesperado por lo fresca que terminó siendo la tarde.

Con este grato clima, después de un gran comienzo de Gondwana y un cada vez más deslumbrante Donovan Frankenreiter, la gente recibió a uno de los platos fuertes de una nueva versión del festival Colors Night Lights en el Velódromo del Estadio Nacional: Sticky Fingers.

La primera vez de los australianos en el país. Ese era uno de los motivos que llevó a miles de personas a esperar al quinteto en el recinto de Ñuñoa lo más cerca de la reja posible. Bien puntuales, como todos los artistas del festival, el grupo comandado por Dylan Frost salió al escenario con un look que llama más la atención que su música, pero sin ser esto algo negativo.

Sus apariencias, salidas de diferentes partes de la década de los años 80, puede confundir a quienes los ven por primera vez. Al verlos así, uno puede esperar cualquier cosa, pero se terminan encontrando con una interesante mezcla de música: a ratos suena un rock indie bastante amigable, a otros suena un rock casi stoner y luego pasan a un reggae bailable.

De la mano de Frost, así como del pintoresco y talentoso tecladista Freddy Crabs, la banda entregó un set de más de hora y media que incluso incluyó una parte acústica. Un show redondo que contó con presencia de «Australia Street», «Liquorlip Loaded Gun» y la muy coreada «How to Fly».

Tras veinte canciones, la banda dejó el escenario dejando una ovación detrás. La música de Sticky Fingers dejó un gusto dulce en quienes los escucharon, cantaron, gritaron y bailaron. Aprobaron con creces, algo no muy fácil en su debut.

Minutos después, estaba todo listo. Un par de teclados, un bajo, una batería y una tornamesa era lo necesario para que Wiz Khalifa se presentara. El show se notaba armado, pero tenía una coherencia que permitió disfrutarlo como si fuese todo espontáneo. Desde el rapero fumando lo que parecía ser marihuana frente al público hasta las pantallas presentando videos sin mucho sentido –algo propio de esta generación de músicos–, todo funcionó de mil maravillas.

“Black & Yellow”, uno de sus más grandes hits, hizo despertar a un público que ya había aguantado horas esperando al grito de “Taylor Gang”.

Como espectáculo, fue de altísimo nivel. Buena relación con el público, entretenido, bueno para bailar y hasta para sacarle la ropa. Recién entrando a sus treintas, el norteamericano desplegó un arsenal de recursos juveniles que funcionaron completamente. Esto desde los corazones que dedicaba a la fanaticada como unos pitos inflables que saltaron de un lado hacia el otro del recinto.

Incluso hubo tiempo para un par de covers («Molly» de Tyga y una versión corta de «The Next Episode» de Dr. Dre), los que se acoplaron muy bien a lo que presentó.

No hay que olvidar que Khalifa es un exponente de una rama del hip hop que coquetea mucho con el pop y que se muestra como fiesta por sobre todo. Sí, hay crítica y hay momentos más emotivos, pero lo principal es carretear hasta el final. Por suerte para todos, eso se logró.


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agendamusical

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