Uno de los grandes privilegios de vivir en Santiago es la amplia oferta musical que ofrece gran parte del año. Así como en el Movistar Arena se estaba llevando a cabo el show de Anuel AA, a algunos cientos de metros aparecía un evento bastante diferente: Tiny Festival.
Denominado como un «festival boutique», Tiny Festival buscó ser una experiencia con diferentes ofertas, las que van desde merchandising -ropa, accesorios, discos y hasta libros- hasta cervezas y comida. Dejando de lado los precios, siempre algo más elevados de lo «normal» dentro de este tipo de actividades, se aprovechó bastante bien el espacio que rodea al Teatro La Cúpula. Un teatro, por lo demás, bastante abandonado en el ítem conciertos durante los últimos años.
Con la gente todavía llegando y acomodándose, el trío nacional III Puñales fue el primero en salir al escenario. Sin miedo a meter mezclas en vivo, uso de vocoder, trompetas y más, sorprendieron con una potencia que daba señales de lo que sería el resto de la jornada.
Allí mostraron desde algunos de sus temas más conocidos como «El país de las contradicciones largas» hasta otros nuevos, como una canción inédita donde se podía apreciar su esencia: cambios rápidos, voces en clave de spoken word y sincronía entre tres perfectos ejecutores.
Cerca de las 20:00 fue el turno de Como Asesinar a Felipes. A estás alturas, una banda clásica al momento de hablar de música fusión nacional con esa combinación de jazz, hiphop y muchas otras corrientes.
Con una alineación que desplegó a cinco músicos sobre escena en medio del humo, se hicieron sentir rápidamente con potentes bajos y el liderazgo de Koala Contreras al frente y al centro de todo.
«Me derrito como hielo bajo el sol» decía el propio Contreras con su spoken word característico, fundado en las bases de lo que entregaron varios proyectos de hiphop y rap. Así, en medio de más mezclas en vivo e instrumentos como la flauta, entregaron un show completo de casi 90 minutos. Totalmente agradecido de ese tiempo que permitió pasar por varias etapas de la agrupación, incluyendo parte de su material más reciente.
A pesar de que en el horario aparecía hasta las 22:00 hrs., se fueron a las 21:30 para dar paso al armado del set de Yussef Dayes, el plato fuerte de la noche.
Así, cerca de las 22:00 hrs., finalmente aparece el británico junto a su cuarteto en el escenario de La Cúpula. A pesar de su tímida salida vistiendo un poncho comprado en San Pedro de Atacama, el público libera toda la emoción con gritos y aplausos.
Entre menciones a las estrellas que vio en el norte -impensadas en su natal Inglaterra- y al surf que conocía antes de llegar al país, el baterista entregó una certera demostración de lo que se puede hacer con una bateria en el jazz actual.
Y es que ahí está el poder de The Yussef Dayes Experience, como llama al proyecto: un balance entre la actualidad de la batería y el bajo con lo más clásico del saxofón y el teclado. En este último item, no era difícil recordar composiciones ochenteras/noventeras en ese bajo, includo yendo más atrás con los sonidos espaciales que Elijah Fox conseguía con el clásico Prologue de Korg.
Sea con total delicadeza o con las ganas de hacer todo el ruido posible, Dayes lo hace todo muy bien calculado. Los gritos acompañaban cualquier intervención, momentos donde también se apreciaba que el público no estaba ahí solamente por quien encabeza la banda, sino que también valorando mucho a sus acompañantes. De esa forma, también aparecieron cánticos dirigidos directamente al saxofonista Malik Venna o al bajista Rocco Palladino.
The Yussef Dayes Experience se construye en conjunto. A ratos como trío y en otros como cuarteto, la varidad de texturas que van mostrando corren por carriles paralelos. No se chocan, pero sí se complementan, en especial el trabajo entre Dayes y Palladino. De ambos, en solo un momento el audio del recinto no dio el ancho para poder alcanzar la potencia en los bajos de ambos instrumentos. Aparte de aquellos pocos segundos, el despliegue fue bastante bueno.
Con todo el potencial para ser el protagonista del show, Dayes va entregando parte de esta responsabilidad con el paso de los minutos. La presentación de cada músico sirve también para poner el foco sobre él, hacer que los otros tres desaparezcan y darle el momento para que haga lo que quiera. Porque sabe que todo lo que se haga será en tono con la propuesta, en especial después de llevar un tiempo girando con ellos e incluso grabando, como un material registrado en Malibú que se ha convertido en favorito de varios.
Los relojes muestran las 23:17 cuando el músico se despide rápidamente para dejar el escenario. Aquel espacio donde ocurrían muchas cosas al mismo tiempo pasa a cero por algunos segundos, con gritos sonando apenas pone nuevamente un pie en el escenario. De ahí, junto a las luces, fue solo apreciar y disfrutar la experiencia.
Paisajes sonoros complejos, pero no difíciles de digerir. Mucha técnica y pasión, la mezcla perfecta para que se disfrute tanto sobre como debajo del escenario. Luego de casi noventa minutos, donde Dayes incluso llegó a ocupar al público como otra fuente de percusión con sus aplausos, se terminó la demostración de uno de los mejores números de jazz fusión de la actualidad.
Fotos: @claudioraya
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