Este domingo tuvimos un reencuentro que tomó cinco años en tomar forma: DIIV volvió a los escenarios nacionales en el Club Chocolate, recinto del Barrio Bellavista que llenó su primer piso y gran parte del resto del recinto.
Tras una gran presentación de los nacionales de La ciencia simple, algunos sonidos se tomaron los parlantes como previa a la llegada del cuarteto. En esta oportunidad venían para presentar Frog in Boilling Water, su cuarto disco lanzado recién este año y que los lleva a otro plano dentro de la música que venían haciendo.
Y es que DIIV se consolidó rápidamente a comienzos de la segunda década de los 2000 con su debut Oshin, donde se posicionaron como una de las bandas que traería nuevamente el dream pop de la mano con el shoegaze. Si bien eso último se ha mantenido con el paso del tiempo, sí hubo un retroceso en lo que venían presentando. Un retroceso en el buen sentido.
Como buena banda que se aprecia de mantener la vigencia, la agrupación liderada por Zachary Cole Smith mostró inmediatamente tres de los temas de su nuevo álbum. Si bien «In Amber» rápidamente prendió a los fanáticos, con «Brown Paper Bag» se los terminó de ganar. Esas guitarras llenas de efectos, además de la potencia que entregan Bailey (guitarra) y Caulfield (bajo), hacen imposible mantener el cuerpo quieto. Un pie, la cabeza, una mano o lo que sea: es música que te activa, que te invita a saltar.
Cada transición también era aprovechada para intercalar con pequeños videos que daban aire a una presentación que corría a mil por hora, tanto sobre como bajo el escenario. Aquí también podíamos apreciar el humor de los cuatro músicos, uno que viene heredado directamente de los años más fuertes del indie norteamericano. Eso hace a ratos sentir que DIIV tiene un par de décadas más de vida de las que realmente son. Con lo mostrado de este último trabajo, fácil podrían haber sido cotemporáneos de Dinosaur Jr. y otras fuerzas noventeras.
Este pasito hacia atrás en el tiempo, abandonando ese sonido algo más crudo de Deceiver, hacía que todo el show pareciera abarcar décadas de existencia más allá de los reales 13 años que tienen como agrupación. La reacción del público ante temas clásicos como «Under the Sun» o «Sometime» hacen sentir esto todavía más.
Otra dupla de temas de este último trabajo –«Soul-net» y «Frog in Boiling Water»– nuevamente nos trajeron a ese presente/antiguo, todo unificado por guitarras distorcionadas y la voz de Cole Smith que ya es uno de sus sellos. Esta pasa suave por la letra de cada uno de sus temas, a ratos hasta susurrando. No hay para qué gritar si hay guitarras que pueden causar el mismo efecto.
Aquel humor que acompañó los videos también entregaba claros mensajes sobre la postura de la banda ante ciertas circunstancias de nuestra realidad actual. Guiños al greenwashing de las empresas petroleras, entre otros temas, fueron reiterados y aplaudidos por los fanáticos de la banda. De la misma forma, cuando alguien lanzó una bandera de Palestina al escenario, esta fue recogida y luego acompañada de un «free Palestine and fuck ExxonMobil» por parte de Caulfield.
Con poco más de una hora de música, sorprendió cuando Cole Smith anunció «Acheron» como la última. Rápidamente los gritos llegaron para acompañar la canción, así como también la espera hasta que nuevamente salieran a escena. Todos sabíamos que saldrían.
Tras otro video, DIIV apareció para un último bloque que entregó todo: «Healthy Moon», «Raining on Your Pillow» y «Horsehead» sonaron una tras otra, cada una aguantada hasta el último segundo para ver hacia dónde iban. Se sabía que en algún momento aparecería el éxito más éxito de todos, «Doused», pero hasta el momento tampoco era necesario. Aunque no hubiese estado en el setlist, el show contaba con una solidez todavía mayor a las de sus últimas visitas al país, todas también bastante interesantes.
Pero llegó. Y con «Doused» también apareció el caos en la parte más cercana al escenario, una que llama la atención por no tener barricada de ningún tipo. Con aquella canción, una de la que los llevó a la fama hace poco menos de 15 años, cerraron un show contundente y con plena vigencia. Todo lo que hace DIIV resulta sobre el escenario, arrastrando hacia su fanaticada a seguidores de bandas que claramente los influenciaron y que saben muy bien cómo homenajear. Ellos saben que no inventaron las guitarras con efectos, pero sí cómo hacer que suenen a algo nuevo.
También se agradece el buen comportamiento del público en un recinto donde se vende alcohol. Eso no se puede hacer todas las veces, siempre existiendo el riesgo de que alguno no sepa poner freno a su consumo, pero aquella noche pasó sin problemas. Con este de DIIV, y otros de la semana como The Drums, comienza el último tercio de año donde nuevamente hay grandes shows en noches seguidas. Ojalá todos resulten igual que este: obligándo a moverte al ritmo de la música.
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