El pasado martes se concretó el retorno de muchos grandes nombres del rock en un formato nuevo, una de esos llamados «supergrupos»: Beat. Con dos bestias históricas del rock a la cabeza, además de dos grandes acompañantes de gran virtuosidad en sus instrumentos, fueron una gran noticia para los amantes del rock progresivo, ese que llamativamente tiene muchísimos adeptos en el país.
Eso sí, la apertura de su show estuvo a cargo de un gran nombre nacional: Jorge Campos. Exponente chileno del virtuosismo en el bajo, repasó diversas composiciones con múltiples instrumentos, incluyendo un bajo doble con símbolos mapuche que también lo llevaron a dar algunas palabras hacia las luchas de los pueblos originarios.
A veces en la línea gris de seguir una canción o caer en la improvisación, Campos demostró por qué está dentro de los nombres del país más destacados de aquel instrumento. Sin duda un número más que correcto para abrir el show del cuarteto. Siempre en solitario con el foco sobre él, no necesitó más que sus manos para terminar recibiendo aplausos de pie de quienes seguían llegando al Movistar Arena.
Pocos minutos pasaron entre la salida de Campos y la aparición de los dos que pasaron por King Crimson: Adrian Belew y Tony Levin. Con solo estar en el escenario ya recibieron gritos y aplausos por cientos, agradeciendo el poder presenciar a dos de los músicos más innovadores de la década de los 80, aquella cuya música se estaba rescatando.
Después se sumó Steve Vai, uno de largo recorrido en las seis cuerdas que se ha convertido en uno de los nombres más reconocibles al hablar del virtuosismo en este instrumento. Detrás de todos, otro gigante: Danny Carey, baterista que hace pocas semanas nos visitó con Tool en lo que fue uno de los grandes conciertos del año. No está de más decir la influencia de la música de King Crimson en el desarrollo de la banda de Maynard James Keenan, por lo que su adición a Beat se veía como perfecta.
«Neurotica», sacada del disco que da nombre a este proyecto, fue lo primero que logramos escuchar. Allí, solo acompañados de luces y un elefante en el telón de fondo, la agrupación hizo ver demasiado fácil cosas que no son para las manos de cualquiera.
Vai, vestido casi a la usansa de los mafiosos de comienzos del siglo pasado, se apostó al costado izquierdo del escenario. En su contraparte estaba Levin, siempre acompañado de su bajo y de su clásico stick, quien también aprovechó de tomar una que otra fotografía en medio del espectáculo. Imposible no dedicar algunas palabras al desplante de este último sobre el escenario, donde hace parecer que nos trasladamos décadas atrás y no frente a un músico que está a punto de alcanzar las ocho décadas de vida.
Si bien la voz de Belew tampoco es la más pulida del mundo, sí sirve de acompañamiento para la música que sale de sus dedos. Y en definitiva aquello era lo que queríamos escuchar: a ese grupo de músicos que lleva décadas curtiéndose para luego tocar sin necesidad de ver qué hacen. Les fluye naturalmente, de una forma que es un espectáculo en sí mismo. Esto se remarca con el clásico stickista, uno de los más reconocidos del mundo en su particular instrumento, quien entregaba notas de guitarra y de bajo con solo un par de movimientos de brazos.
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