Squid lleva un tiempo siendo uno de los grupos a seguir dentro de la pequeña, pero interesante, escena del post-punk europeo. Recién con dos discos encima, el quinteto había logrado llamar la atención gracias a mezclas que terminaban en canciones difíciles de anticipar en una primera escucha. Con ese cartel encima llegaron este jueves al Club Chocolate.
Con una fría noche en la calle, el comienzo pecó un poco de tibieza. Luego del lanzamiento de algo de humo sobre el escenario y la salida de los músicos, «Swing (in a Dream)» fue lo primero que salió de los parlantes, corte perteneciente a O Monolith, trabajo que los puso por primera vez en estas tierras. Hasta ahí veíamos una banda sólida, con muchos elementos sobre el escenario que solamente alimentaban la curiosidad, con un sonido claro, pero que tampoco distaba tanto de lo que podíamos escuchar en los discos.
Con todos en la misma línea, dejando a su vocalista/baterista Ollie Judge al centro, poco a poco fueron ganando más confianza. Parecía casi como que estuviesen calentando motores, mientras debajo del escenario veíamos más y más movimiento con el paso de los minutos.
Ya desde «Undergrowth» la cosa cambió bastante. Diferentes experimentos aparecían al finalizar cada canción, haciendo una conexión entre la terminante y la que venía sin dar paso a momentos de silencio. Fuese con los innumerables pedales sobre el escenario, los sinterizadores, drum machines o lo que hubiese a mano, todos se encargaban de aumentar el volumen como cierre de cada track. Ahí es donde se pudo ver lo mejor de Squid, con la creatividad a flote en vivo y en directo.
Con «G.S.K.», una de las más queridas del público, ya se desató el espectáculo en todo su esplendor. La pantalla de fondo, donde el nombre de la banda estaba adornado con pequeñas hadas, mantenía una sobriedad necesaria para que la atención se enfocara en los músicos sobre el escenario. Cada uno saltaba de un instrumento a otro, aprovechando cada segundo para sumar una nueva nota, un nuevo sabor dentro de un show incesante
Judge hasta se dio el gusto de dejar momentáneamente su batería para cantar de pie, mostrando que la versatilidad es una característica compartida por todos. Así también pasaban de un sonido que tenía cosas de un jazz libre hasta otras de una neopsicodelia apoyada por la distorción de sus dos guitarristas. Siempre se encontraba algo llamativo, algo que sacaba la canción de su trayectoria normal para darle un aire único.
Ese mismo frenezí se traspasó al público, el que incluso mostró un pequeño y espontáneo slam en el primer piso del Club Chocolate. Había mucho ocurriendo al mismo tiempo y poco tiempo para reaccionar, el dejarse llevar fue una de las mejores opciones para quienes llegaron a ver a los ingleses.
De todas formas, hubo requerimientos, como la interpretación de «Houseplant». Esta canción, una de las más conocidas y de las mejores de su catálogo, increíblemente es dejada de lado constantemente en sus shows en vivo. Ni idea el motivo, pero fue quizá la ausencia más notoria dentro de esta noche.
Cuando el público todavía tenía la ilusión de que aquel tema llegaría, golpearon con dos que sonaron impecables: «Pamphlets» y «The Blades». Con estas cerraron un set corto, doce canciones que superaron levemente la hora de concierto. Se podría decir que fue un set festivalero más que el de una banda que tenía toda una noche para ellos, pero poco importó.
La calidad de Squid quedó demostrada, con toda una carrera por delante para seguir explorando todo eso de lo cual nos dieron una probada. El material está y la inquietud por seguir explorándolo también. Otro acierto del ciclo StgoFusión, una nueva apertura a una música que no suele llegar de forma convencional a los oídos nacionales.
Fotos: Juan Kattan
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