Road to Primavera: De menos a mucho más


Este domingo tuvimos el primer acercamiento a lo que será la realización del famosísimo Primavera Sound en nuestro país. La sorpresiva elección de Ciudad Empresarial como hogar de este show de apertura quedó en el pasado tras el anuncio de que se llevaría a cabo en el Movistar Arena. Menos mal que fue así.

Aquí fueron cuatro los espectáculos que tuvimos la oportunidad de presenciar, de los cuales solo uno de ellos -Niños del Cerro- se repetirá el plato en el festival que podremos presenciar en el Parque Bicentenario de Cerrillos el 12 y 13 de noviembre.

¿El resto? Dejando de lado su innegable calidad musical, los tres nombres propuestos cuentan con algo en común: son fieles representantes de lo que ha sido la historia de este evento europeo, una carta de presentación de lo que trata este magno evento. Esto también se reflejó en la puesta en escena, donde un gran juego de luces era acompañado solo por un telón negro de fondo. No era necesario mucho más.

Los primeros en salir fueron los nacionales, quienes llamaron rápidamente la atención con el debut en vivo de «El dulce en la piel de tu nombre», perteneciente a su último trabajo Suave Pendiente. Junto a eso fueron cerca de 40 minutos sobre el escenario, donde mostraron la madurez que han alcanzado durante los últimos años, tanto en la puesta en escena como en su sonido, cada vez más pulcro.

Casi como siempre, Simón -voz- fue el encargado de poner algo de movimiento. Con guitarreos que se asemejan a los de Thom Yorke en la época de The Bends, también contó con juegos de voz que en algo adelantaba lo que posteriormente veríamos con Black Francis: pasar de pasajes melódicos a gritos. No es fácil, pero le sale bien. Lo mismo con sus influencias del math rock y el jangle pop, todo muy bien digerido.

Posteriormente fue el turno de Cat Power. La norteamericana apareció en escena con un fondo naranja y su logo. Frente a la tela, tres músicos le hacían compañía. Todo era muy sobrio, el juego con las luces hacía parecer que nos enfrentábamos a una silueta que iba de lado a lado, casi siempre sosteniendo dos micrófonos para lograr un efecto especial.

El show en sí fue plano, es verdad, pero no es muy diferente a lo mostrado en sus apariciones anteriores. Y no en un mal sentido. La voz de Cat Power tiene ese efecto de crear una atmósfera en sí misma. Ni los problemas de audio -mínimos- fueron disruptivos respecto al desarrollo de su show. No necesita luces, saltos, pantallas ni nada que distraiga. Incluso el uso de autotune pasó relativamente desapercibido.

“Say” y “The Moon” fueron algunas de las canciones que escuchamos en su aparición de casi una hora. El tener una participación tan “corta” no responde a nada más que la preparación de un show de festivales, bien acotado. Estar de gira con su nuevo disco, Covers, no tuvo gran influencia, aunque igual aparecieron algunas de aquellas canciones. El cierre, a cargo de “The Greatest”, fue quizá el punto más alto. Quizá por ser la canción más conocida. Cat Power cumplió, pero no destacó.

Algunos minutos después de su salida, muchos hombres de negro tomaron las riendas del escenario. Prácticamente uniformados a la usanza de Nashville, movieron todo con la rapidez suficiente para que la llegada de Jack White ocurriera a la hora prevista. Eso es importante: el cronograma se cumplió súper bien.

Vestido de negro, con su cabello celeste pálido, el ex-White Stripes apareció sobre el escenario desatando grandes gritos. Varios ya incluso preparaban sus pertenencias, por si tenían que saltar junto a las canciones del originario de Detroit, algo que posteriormente ocurriría. Era que no.

Fear of the Dawn, uno de los dos trabajos publicados por White este año, se llevó el comienzo del show con «Taking Me Back» y la canción que da nombre al disco. Incluso siendo canciones nuevas, el guitarrista contó con un público fiel apegado a la reja que coreó desde un primer momento. No se puede ignorar que pasaron siete años desde su última visita.

Con «Black Math», clásico del dúo que construyó junto a Meg White, se marcó el tono de su presentación: otra igual de corta y concisa donde su último trabajo entregó algunos singles, pero no mucho más. Lo importante eran los hits.

Ese mismo dueto fue el que se llevó seis de los ocho covers realizados. The Raconteurs apareció con «Steady, as She Goes», el otro no es de su autoría: «Baby Blue» de Gene Vincent. Claramente también aparecería «Lazaretto» y «Sixteen Saltines», pero solo ellas tendrían su lugar desde todas las que componen Lazaretto y Blunderbuss, respectivamente.

Mucho espacio para cosas nuevas no hubo, pero fue una decisión premeditada. Nuevamente, el tiempo entregado no permitía tanto más, pero también funcionó. Jugó con el público, presentó su arsenal de guitarras y su gran talento con aquel instrumento. No por nada es uno de los pocos músicos que mantienen el rock vivo en los grandes festivales. Además, se dio el lujo de salir de escena tras interpretar “Seven Nation Army” y dejar al público con ganas de más.

El plato fuerte venía en forma de cuarteto. Pixies, con largas décadas sobre los escenarios, era otro de los números que llegaba con disco nuevo, Doggerel. Spoiler: nuevamente tuvo solo un paso superficial por aquel trabajo, del que logramos escuchar “There’s a Moon On”. El resto puros clásicos.

Las primeras ocho canciones salieron directamente de sus mejores álbumes, incluyendo también un cover de The Jesus and Mary Chain que cada vez hacen más propio: «Head On». Entre las otras encontramos «Gouge Away», «Debaser», «Crackity Jones» e «Isla de Encanta». Gritos y saltos sobraron, con el público moviéndose como masa de un lado a otro.

Poco nuevo se puede decir de los shows de los Pixies. Joey Santiago a la izquierda, el único con una guitarra eléctrica sobre los hombros. Detrás, el siempre cumplidor David Lovering, quien no tuvo la oportunidad de interpretar uno de los pocos hits que faltó, «La La Love You».

Junto a ellos dos, quizá los protagonistas de su espectáculo. Por fuera Black Francis demuestra el paso de los años, pero todo cambia cuando abre la boca. A pesar de no utilizar algunos recursos clásicos en sus últimos trabajos, no dudó en gritar o hacer algunos cambios en la letra al interpretar algunas canciones, tal como el Francis de una, dos o tres décadas atrás.

A la izquierda del calvo músico vimos a Paz Lenchantin, quien lograba que todo se sintiese más suave gracias a sus movimientos, sonrisas y coros. Ella es el punto de equilibrio entre lo rústico que pueden ser los Pixies y el aterciopelado sonido de su bajo. Si bien no es Kim Deal (y nunca nadie podrá serlo), sí se ha convertido en una heredera más que eficiente.

Y es que sonó prácticamente todo lo que podía sonar: «Hey», «Velouria», «Here Comes Your Man» y más, incluyendo un reprise de «Wave of Mutilation» en su versión UK. Un lindo detalle, pero que no pasó más allá de eso: un detalle.

Indie Cindy y Beneath The Eyrie prácticamente no existieron, mientras que los trabajos realizados en sus primeros cuatro años de vida se llevaron 18 de las 22 canciones mostradas. Aquí entra la pregunta, ¿es Pixies ya una banda de grandes éxitos? Sea o no de aquella forma, el resultado en el público fue el mismo de sus últimas visitas, sorprendiéndose ante las mismas maqueteadas improvisaciones de Santiago en “Vamos”.

Después del recontraclásico “Where Is My Mind”, que podría haber sido un punto altísimo para despedirse, llegó otro cover: “Winterlong” de Neil Young. Tampoco es nuevo en ellos, solo que quizá el timing no fue el mejor. Fue bajar la temperatura de un show que tenía a muchos sudando tras varios minutos de saltos.

¿Algo relativamente nuevo? La despedida. Cada vez Pixies se va alejando más y más de aquel lacónico pasado, donde su misión era subir al escenario, disparar canciones al ritmo que lo haría un grupo de punk -aunque igual innegable la influencia- y luego abandonar, en silencio, con su trabajo ya hecho. Ahora el cuarteto se dio el tiempo de visitar cada rincón del escenario, sonreír, posar y agradecer. El tiempo los va ablandando y eso sí se agradece.

En general, fue un minifestival: muchos éxitos, poco espacio para la sorpresa. Se cumplió en la organización, excepto en un punto: no es posible que repartan botellas con agua en las primeras filas y que luego la instrucción sea dejar de hacerlo para empezar a venderlas. Hay zonas de la cancha donde es difícil o casi imposible salir solo a beber algo de líquido, algo que sí entendieron en otros eventos, como el pasado Lollapalooza. Ahora, con el calor acercándose a pasos gigantes, sí debe ser algo que PS debe considerar.

Quedan ganas de ver todas las sorpresas que quedan en Primavera Sound. Desde ya fuimos testigos de ese espíritu de festival, que se refleja en comentarios tan simples como el de un artista hablando sobre los que vendrán después, generando la expectativa del público. Eso sí, en el Parque Bicentenario de Cerrillos no tendremos tanto espacio para los clásicos, sino que para cosas más actuales. Todo es una interrogante, pero cada vez con más ganas de poder descifrarla.


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