Un atardecer. Eso fue lo primero que llegaba a la mente al ver la puesta en escena de Jack Johnson, norteamericano que volvió después de largos años a nuestro país para mostrar su música playera.
Johnson apareció sobre el escenario en formato cuarteto, con muchas luces que ayudaban a crear la ilusión de diferentes momentos del día. Su música, fácilmente clasificable de «relajante», es un soft rock con matices que muchas veces la acercan al pop o al blues, por lo que aquello venía a la perfección.
Quizá debido a los minutos de retraso que tuvo el show, el comienzo fue sin pausas. «Hope» y «Taylor» fueron las cartas seleccionadas para mostrar un adelanto que representaría bastante bien lo que veríamos: cuatro personas muy distendidas, al nivel que a ratos se sentía que tocaban más para su propio placer que para los miles que apuntaban sus miradas hacia ellos.
Ya de entrada presentó uno de sus temas más conocidos, «Upside Down», con el cual ya se echó el público al bolsillo. Mantener lo distendido del ambiente no fue problema para el norteamericano, quien marcaba cada fase de su setlist con el instrumento que colgaba en sus hombros.
Con su acústica presentó esta primera sección, la que también contó con otro hit como «Sitting, Waiting, Wishing», para luego ahondar en sus influencias más bluseras junto a una eléctrica, incluso con guiños a los Rolling Stones. Y mientras tocaba, el tiempo se hacía algo más lento mientras sobre el escenario se veían sonrisas y miradas cómplices, en especial con Zach Gill. Este último, multiinstrumentista, mostró mucho talento, cercanía y carisma. Tuvo bastantes momentos junto al público, como cuando intercambió (y momentáneamente) perdió su propio sombrero, pero lo recuperó poco después, siempre con una sonrisa.
Este fue uno de los mayores aciertos del show, entre varios que tuvo: el dar la oportunidad al resto de su banda de brillar, de salir de un guion que ya era bastante laxo y que se enfocó en dar un show único a los presentes.
Esto último no solo tuvo como imagen la espontaneidad de Gill, sino que también en la invitación a Benjamin Walker para interpretar un mix de su canción «Duelo» con «Breakdown». Si bien el mismo Johnson reconoció que hasta hace poco tiempo no lo conocía, fue verdad que hubo una química que hizo funcionar muy bien el sonido que entregaron las dos canciones juntas.
También hubo otros pequeños momentos que crearon esa calidad de show único que siempre se aprecia: algunos rasgueos que recordaron a «Foxy Lady» de Jimi Hendrix o casi improvisar «Me gustas tú» de Manu Chao sacaron más de una sonrisa en un público que ya estaba bajo el poder de Johnson y compañía.
Ya en el encore, pudimos ver a la versión solista. Fueron varias canciones que presentó solo en compañía de su guitarra acústica, formato que podría haber explorado mucho más tiempo, pero no le quería restar protagonismo ni tiempo sobre el escenario a sus compañeros. En una de ellas, «Angel», incluso invitó al escenario a una pareja que se había comprometido en matrimonio ahí mismo en un momento muy bonito. Finalmente, el resto de sus acompañantes volvió para la última canción, con un nombre más que adecuado: «Better Together».
En un par de años, «Sitting, Waiting, Wishing» (y también el disco In Between Dreams) cumplirá dos décadas de vida, pero se siente igual de fresca que cuando salió. Las canciones más nuevas mantienen esa esencia, pero sí se nota una gran diferencia: hay más trabajo de equipo, no solo uno con guitarra comandando. Esos dos mundos se juntaron muy bien en un set muy largo, que repasó gran parte de su historia, con algunas sorpresas y también señales de que lo nuevo seguirá sonando así en una o dos décadas más.
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